José Byro

ACERCA DEL AUTOR

El hecho de que tú no veas la explicación
no quiere decir que la explicación no exista.
Lo único que quiere decir es que tú no la ves.
Harlan Coben

“El romper de una ola no puede explicar todo el mar”, dice Vladimir Nabokov, y entenderíamos que tampoco todo el mar puede explicar el rompimiento de esa ola. Tratar de poner en palabras el sentido de la obra artística de toda una vida es un poco eso: muchas olas, mucho mar; incluso, muchos mares. Es complicado. Muchos momentos, historias y emociones me atraviesan a la hora de querer explicar, vocablo que no significa otra cosa que desdoblar, desarrollar, desplegar, y que en más de un sentido se parece a exponer, es decir, “poner fuera”. Tengo claro que las explicaciones y definiciones culturales suelen ser rebasadas por la propia producción artística, por los fenómenos que involucra –en particular esa capacidad o facilidad que, con sus misterios, llamamos creatividad–, pero hay que hacer el intento.

Deconstruyendo el trampantojo...

Rondan mi cabeza la risa, el espacio, el travestismo, el sarcasmo, el albur o el do - ble sentido, los juegos de niños, el juego de las miradas, el color y otros conceptos que, entre charla y charla, se van agregando. Me veo desde fuera y pienso que en - trar al universo de José Bayro C. (a veces hay que verse en tercera persona para ser suficientemente crítico) equivale a ingresar a un laberinto del cual es difícil escapar. Debe haber una salida, pero yo mismo no la he encontrado. En algunas conversaciones con amigos, galeristas, coleccionistas, artistas, crí - ticos, familiares y otros, en las que se pretende deconstruir mi universo para en - tenderlo, se me ha comparado con El Bosco, lo cual es a la vez un halago y una gran responsabilidad. Tal comparación se debe a que, al igual que este artista flamenco, soy un inventor de imágenes. Mi proceso creativo se compara con el de un inventor (Tinkerer, como me llamó Mark Jenkins del Washington Post, o inventor; también arquitecto, diríamos, mi formación principal), en el cual combino, juego y relaciono “como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”, diría el poeta francés Isidore Ducasse, precursor del surrealismo.

De hecho, una de mis piezas centrales y la cual me ha acechado como un fantasma a lo largo de los años, es El Hombre Azul. Parecido al primer arcano del Tarot de Marse - lla, El Mago, El Hombre Azul está en construcción: los magos, albañilas, alquimistas, demiurgos, trabajan de pie, sostenidos por una silla-mesa de tres patas (Produc - ción, distribución y consumo), la cual es el principal soporte de los materiales. Toda la pieza está realizada en función de la sección aúrea: 1.618. Ahí está la magia, y de ahí se mueve, se lleva, como si se tratara de un taller portátil. Mi obra debe verse como un asunto de carnaval, concepto principal en mi ocupación. Hay que recordar que en la Edad Media y en el Renacimiento el carnaval servía como una especie de válvula de escape. Era ahí donde se podían burlar del rey, cuando se coronaba no al más agudo, inteligente o sagaz, sino más bien al feo, al borracho o al monstruoso. En el carnaval, la risa idiota se intelectualiza, sin dejar la idiotez. Imagino en mi obra a una clase media riéndose de sí misma (la clase media en los países de América Latina es la realeza, la clase privilegiada) y de sus indultos. Me burlo y ella misma se burla de su apetito sexual, de su transformación en ninfómanos no admitidos. La risa ahora es de las clases olvidadas, de los marginales: ellos nos hacen burla; una burla de las clases omitidas por las clases con oportunidades, que no expresan pudor alguno en nuestros pueblos. Otra de mis influencias es la pintura criolla, sobre todo de Diego Quispe Tito, pintor del Virreinato del Perú. En su obra hay una cualidad que hoy podríamos pensar como naïf, lo que en español se traduce (no sin cierta cautela) como un estilo ingenuo. En él encuentro un uso del color y de la perspectiva que, si bien no siguen los cánones que llamamos “clásicos”, cumplen la función de engañar al ojo. Como el “trampantojo” de los pintores europeos de entonces. Se caracteriza por la representación de la flora y la fauna, de los paisajes de las montañas, y por la carencia de perspectiva. Inventa animales: aves de un bestiario andino o elefantes con orejas humanas, entre otros, todo ello con un lenguaje ya muy latinoamericano, y una expresión personal e íntima. Explico: yo soy del sur; mi familia es del Perú. En mi pintura, la ingenuidad del color y de las figuras no sólo se produce en la imagen por sí misma: el espectador hace lo suyo. Es un juego barroco de espejos: la risa rebota de persona a persona. Me río del espectador mientras él se ríe plenamente de mí y, ambos, nos reímos de la imagen y, a su vez, el título se ríe de nosotros. Algo hay de filosofía aquí, claro está, y también de aquella frase de Blaise Pascal: “Burlarse de la filosofía es ya filosofar. Así, el juego de burlas, de la coquetería y de la sátira, se compara con el doble sentido del albur. En él se combina la perspicacia no sólo del emisor sino del propio receptor. Por ello me identifico con Goya, en particular con Los Caprichos, esos grabados satíricos suyos, con algunos de los cuales un par de obras mías tienen una peculiar coincidencia. Yo sonrió también de mi capitulación, cuando no sé qué responder a ese pícaro recreo de frases.

JOSE MIGUEL BAYRO CORROCHANO
Obra 1
Obra 2
Obra 3
Obra 4
Obra 5

CONTACTO

Mtro. José Miguel Bayro Corrochano
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